Poems by Pablo Neruda

JARDIN DE INVIERNO  CAMPESINA  Ausencia  MUJER, NADA ME HAS DADO  IVRESSE 


JARDIN DE INVIERNO

Llega el invierno. Espléndido dictado  
me dan las lentas hojas  
vestidas de silencio y amarillo.  
  
Soy un libro de nieve,  
una espaciosa mano, una pradera,  
un círculo que espera,  
pertenezco a la tierra y a su invierno.  
  
Creció el rumor del mundo en el follaje,  
ardió después el trigo constelado  
por flores rojas como quemaduras,  
luego llegó el otoño a establecer  
la escritura del vino:  
todo pasó, fue cielo pasajero  
la copa del estío,  
y se apagó la nube navegante.  
  
Yo esperé en el balcón tan enlutado,  
como ayer con las yedras de mi infancia,  
que la tierra extendiera  
sus alas en mi amor deshabitado.  
Yo supe que la rosa caería  
y el hueso del durazno transitorio  
volvería a dormir y a germinar:  
y me embriagué con la copa del aire  
hasta que todo el mar se hizo nocturno  
y el arrebol se convirtió en ceniza.  
  
La tierra vive ahora  
tranquilizando su interrogatorio,  
extendida la piel de su silencio.  
  
Yo vuelvo a ser ahora  
el taciturno que llegó de lejos  
envuelto en lluvia fría y en campanas:  
debo a la muerte pura de la tierra  
la voluntad de mis gerruinaciones.


CAMPESINA

  
Entre los surcos tu cuerpo moreno  
es un racimo que a la tierra llega.  
Torna los ojos, mírate los senos,  
son dos semillas ácidas y ciegas.  
  
  
Tu carne es tierra que será madura  
cuando el otoño te tienda las manos,  
y el surco que será tu sepultura  
temblará, temblará, como un humano  
  
  
al recibir tus carnes y tus huesos  
-rosas de pulpa con rosas de cal:  
rosas que en el primero de los besos  
vibraron como un vaso de cristal-.  
  
  
La palabra de qué concepto pleno  
será tu cuerpo? No lo he de saber!  
Torna los ojos, mírate los senos,  
tal vez no alcanzarás a florecer.


Ausencia

  
Apenas te he dejado,  
vas en mí, cristalina  
o temblorosa,  
o inquieta, herida por mí mismo  
o colmada de amor, como cuando tus ojos  
se cierran sobre el don de la vida  
que sin cesar te entrego.  
  
Amor mío,  
nos hemos encontrado  
sedientos y nos hemos  
bebido toda el agua y la sangre,  
nos encontramos  
con hambre  
y nos mordimos  
como el fuego muerde,  
dejándonos heridas.  
  
Pero espérame,  
guárdame tu dulzura.  
Yo te daré también  
una rosa.


MUJER, NADA ME HAS DADO

  
Nada me has dado y para ti mi vida  
deshoja su rosal de desconsuelo,  
porque ves estas cosas que yo miro,  
las mismas tierras y los mismos cielos,  
  
porque la red de nervios y de venas  
que sostiene tu ser y tu belleza  
se debe estremecer al beso puro  
del sol, del mismo sol que a mi me besa.  
  
Mujer, nada me has dado y sin embargo  
a través de tu ser siento las cosas:  
estoy alegre de mirar la tierra  
en que tu corazón tiembla y reposa.  
  
Me limitan en vano mis sentidos  
-dulces flores que se abren en el viento-  
porque adivino el pájaro que pasa  
y que mojó de azul tu sentimiento.  
  
Y sin embargo no me has dado nada,  
no se florecen para mi tus años,  
la cascada de cobre de tu risa  
no apagará la sed de mis rebaños.  
Hostia que no probó tu boca fina,  
amador del amado que te llame,  
saldré al camino con mi amor al brazo  
como un vaso de miel para el que ames.  
  
Ya ves, noche estrellada, canto y copa  
en que bebes el agua que yo bebo,  
vivo en tu vida, vives en mi vida,  
nada me has dado y todo te lo debo.


IVRESSE

  
Hoy que danza en mi cuerpo la pasión de Paolo  
y ebrio de un sueño alegre mi corazón se agita:  
hoy que sé la alegría de ser libre y ser solo  
como el pistilo de una margarita infinita:  
  
oh mujer -carne y sueño-, ven a encantarme un poco,  
ven a vaciar tus copas de sol en mi camino:  
que en mi barco amarillo tiemblen tus senos locos  
y ebrios de juventud, que es el más bello vino.  
  
Es bello porque nosotros lo bebemos  
en estos temblorosos vasos de nuestro ser  
que nos niegan el goce para que lo gocemos.  
Bebamos. Nunca dejemos de beber.  
  
Nunca, mujer, rayo de luz, pulpa blanca de poma,  
suavices la pisada que no te hará sufrir.  
Sembremos la llanura antes de arar la loma.  
Vivir será primero, después será morir.  
  
Y después que en la ruta se apaguen nuestras huellas  
y en el azul paremos nuestras blancas escalas  
-flechas de oro que atajan en vano las estrellas-,  
oh Francesca, hacia dónde te llevarán mis alas!


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